Normalmente escribo de un tirón. Hoy he comenzado y borrado nueve traspiés. ¿Mente errática? ¿Cansancio ¿Exceso de temas? ¿Ausencia de temas? Quizá debiera preguntarme por qué escribo, qué me impulsa a volcar en palabras mis percepciones desde que aprendí las vocales con la madre María de mi colegio de monjas al comienzo de los años sesenta. ¡Vaya, parece que el párrafo avanza fluidamente! El caso es que hoy he tenido un día imposible que ha salpicado a mi entorno más cercano. Como saben, trabajo entre 6 y 10 horas diarias, todos los días de la semana, las semanas del año, desde hace 33 años según el informe de mi vida laboral. En la última década mi trabajo son conversaciones profesionales estructuradas entorno a preguntas abiertas, realizadas desde una mente-corazón tan abiertas como puedo. Son muchas conversaciones cada semana, cada mes, año, lustro y este registro va saturando la porosidad de esponja de mi mente, de mi cuerpo ¿de mi alma? de mi oído interno, de mis registros neuronales, de la zona prefrontal de mi cerebro. Cuando llega el sábado (hoy) la esponja destila toxicidad no reciclada de la que debo ocuparme -y lo hago- si bien no siempre con éxito. Hoy, sin ir más lejos, he tenido un día imposible y no he levantado cabeza hasta casi las siete de la tarde.
Recuerdo una conversación con Robert Dilts durante un seminario sobre creatividad aplicada al trabajo de entrenador, de change manager. Era invierno y yo padecía un catarro evidente por lo que nuestros intercambios transcurrieron entorno al concepto de vivir en la zona, algo en lo que Robert pone especial atención en su propia vida y formaciones.
Vivir en la zona tiene una dimensión trascendente que se vertebra entorno a la escucha de las necesidades propias y ajenas, por ese orden porque difícilmente se puede colmar a otro desde la carencia. Cuando me torno imposible es un síntoma claro de que no he escuchado mis necesidades de descanso, de lectura, de ejercicio físico, de zumos, de horas de sueño, de diversión, de contemplación... es una consecuencia de ausencia de equilibrio que cuando emerge en forma de dolor (corporal), mal humor (emocional) o autismo, interpreto como un grito, un S.O.S, que salta como una alerta para que lo atienda.
Dos horas de playa, dos horas de lectura inspiradora, dos horas de siesta, dos horas de limpieza amorosa de plantas, ropas y enseres y ¡voilá! como nueva. Vivir en la zona ¡gracias Robert!